lunes, 6 de junio de 2011

SLAYER EN EL LUNA PARK: la guerra como deporte













Texto: Federico Fahsbender
Fotos de Segismundo Trivero
Tomado de la revista Rolling Stone (Argentina)
http://www.rollingstone.com.ar/1379350-slayer-en-el-luna-la-guerra-total-como-deporte?utm_source=p-toi7214

Algo está mal en este mundo si Tomás Enrique Araya Díaz no puede hacer headbanging. Una cirugía en la espalda en abril de 2010 lo limitó severamente. El doctor le dijo que si se mueve otra vez en forma thrasher puede terminar empujando una silla de ruedas. Y para colmo Araya cumple hoy mismo 50 de edad. Lo celebró por anticipado hace tres días en Viña del Mar, Chile, donde nació. Es decir, mírenlo: no es lo mismo. Slayer en vivo -por vez número 4 en Buenos Aires- siempre fue una experiencia física. Pero aquí estos contratiempos importan un carajo. Araya todavía tiene 49 a las 22:10 del domingo 5 y "War Ensemble", de Seasons in the Abyss (1990) es como la maldad absoluta, mientras 4500 desquiciados con chalecos de parches en el Luna Park obedecen la velocidad y se dan con misiles codo-mandíbula sin pedir permiso ni disculpas. Hay gente que está fuera de sí. No tendría que ser de otra forma. La banda que escribió el trueno luciferiano que influenció a más de treinta años de metal extremo sigue siendo el trueno luciferiano mismo. Donde Motörhead gana en actitud motherfucker, Slayer gana por crear la música más motherfucker concebible. Minutos antes, la apertura con dos nuevos tracks, "World Painted Blood" y "Hate Worldwide", del último disco, fueron la forma vital de Slayer misma: la carga enferma de Dave Lombardo en batería bajo los riffs inhumanos de Kerry King, esta vez menos humano que nunca. Los putos amos otra vez.

Algo falta también en toda esta aura horrible: Jeff Hanneman, la otra guitarra, con el brazo casi podrido por una araña que lo picó y en vez de darle poderes le dio una bacteria con nombre demasiado largo que le cagó la vida. OK, King es genial, pero la oscuridad misma en Slayer, ese midtempo atroz y los solos casi sentimentales en su melodía retorcida, son todo de Hanneman. Lo reemplaza Gary Holt de Exodus, un thrasher original y una de las mejores manos derechas del género, tal como Hanneman mismo o Scott Ian de Anthrax. Son altos riffs los que tiene que emular y a veces pifia, pero es casi milimétrico. Araya y King se pegan a él y lo corrigen de a poco. No se nota en este destrozo de energía.

"Dittohead", de Divine Intervention (1994), es ese destrozo mismo, hecha por segunda vez en Buenos Aires y su carga hardcore-punk hace que todos flexionen su columna aunque Araya no pueda. Lo mismo "Dead Skin Mask", que es sobre matar gente en forma muy pervertida, un tester de violencia, el Slayer más refinado posible. Y el catálogo reciente toma valor: "Stain of Mind", "Disciple" -con un breakdown inequívoco que dice que Dios nos odia a todos, y es cierto-, o "Bloodline", los últimos diez años de un Slayer que se reinterpreta a sí mismo, pero un poquito nada más. Por suerte. Es decir, hubo un tiempo en que nos parecía bastante bien que Metallica se corte el pelo y se vuelva algo casi irreconocible. Hasta los discos malos de Megadeth eran excusables, ni hablar de la depresión creativa de Anthrax. En un show de Slayer esa línea de pensamiento se vuelve casi ridícula. En 2009, Slayer ganó un Grammy al mejor metal. No los invitaron a la ceremonia principal, hubo una red carpet B, porque esto no es para el mainstream, porque esto sin cafeína no sirve para nada. Vean en conjunto el DVD del Big 4, la gira que unió a los monstruos del thrash metal. Ahí, Slayer son los putos amos finalmente. El culto se sostiene por sí mismo.

Y lo viejo todavía es abominable: el satanismo primitivo de "The Antichrist", de Show No Mercy (1983), o los tambores masivos y el "fuck it up!" frenético de Chemical Warfare, que estaba en Haunting The Chapel, un EP bestia. "Seasons In The Abyss" replica la atmósfera de su clip original: Slayer ante la Gran Pirámide en Gizeh, con beduinos chiflados corriendo con camellos y caballos malos. Pero algunos reyes no viajan en camello. No hay grandes declaraciones, nadie pregunta desde el escenario si nos sentimos bien. Esa pregunta se hace a la mañana siguiente.

Bises: no puede no gustarte esto. "South of Heaven", el stomp masivo de "Raining Blood", con un pit de veinte metros de diámetro que se abre y se cierra con heridas leves para engancharse perfecto con la invocación diabólica de "Black Magic" y ese machaque en el medio en donde King y Araya le hacen un pis telepático a la Catedral de Buenos Aires. Ah, esto termina con "Angel of Death": vayan y destruyan.

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