Siempre consideré a SLAYER como la agresión hecha música. Su
sello inconfundible son sus riffs desgarradores y sus solos lacerantes bajo el
bombeo de un baterista incansable y un gritón con actitud como frontman. La
maldad del mundo está reflejada en sus letras y en sus melodías. Sabe exorcizar
los demonios internos de sus fans y mostrar la cara más oscura y decadente del
ser humano.
En sus conciertos, los fans no pueden decir su nombre, lo tienen que gritar con fuerza, con rabia. El brutal pogo que genera su música
siempre termina con bangers contusos y sangrantes, pero con la satisfacción de
haberlo dado todo por un sentimiento entendido por pocos, una mezcla de locura
y maldad.
Los descubrí cuando tenía 16. Hasta ese momento, para mí
todo era heavy metal… hasta que me compré el Reign in blood. No podía dejar de
escuchar esos casi 30 minutos de velocidad y agresividad pura. Así se convirtió
en mi grupo de cabecera junto a Maiden y Metallica.
Gracias a mi fanatismo por Slayer integré mi primera banda
(Presagio). Los cuatro integrantes teníamos esa devoción en común. Y la
continuamos con Agresión Extrema. Nuestra música quería plasmar esa
agresividad, aunque en las letras si diferíamos completamente de ellos.
Ayer, al enterarme de la muerte de Jeff Hanneman, sentí una
pena similar a cuando se nos adelantó DIO.
Hanneman murió en su ley. Después de una letal picadura de
araña en el 2011, prefirió que le salven el brazo a que le aseguren más años de vida. Así,
logró tocar un par de veces más en vivo y luego entró en un proceso de
recuperación que nunca se concretó.
Jeff era la influencia punk de Slayer y sus gustos por la
guerra y los nazis siempre encendieron la polémica. Compuso temas emblemáticos como Die by the
Sword , Angel of Death, Altar of Sacrifice, Raining Blood, South of Heaven, War
Ensemble, Dead skin mask, Seasons in the Abyss, entre otros. Y
seguramente ya nos observa, con una cerveza en mano, desde el sur del cielo.
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