1989. Era un viernes cualquiera. Por fin la maldita campana había sonado y mi infierno gris –el colegio– me daba una tregua, al menos por un fin de semana.
Al llegar a casa, me saqué en el acto el deprimente uniforme escolar, me puse unos jeans, un polo del Haunting the chapel de Slayer, me calcé unas zapatillas viejas y salí al asfalto.
Por esos días, Lima estaba golpeada por el nefasto gobierno de Alan García. Las calles eran grises, sucias, caóticas, llenas de ambulantes, terrorismo, coches bomba, de un ruido infernal...
Caminé hasta la avenida Arequipa y tomé un micro hasta el Centro de Lima. Me bajé en la avenida Wilson con La Colmena. Caminé un par de cuadras hasta encontrarme con la Universidad Villareal y la Iglesia Inmaculada, que casi nadie se había dado cuenta de su existencia porque sus escalinatas estaban abarrotadas de ambulantes, pelucones, vendedores de discos, de casetes, de parches y de polos.
En la esquina de Chancay con Colmena, estaba el kiosco de Galicio. Unos metros más allá aparecía la figura de Ron King retrocediendo un casete con un lapicero. Siempre bien enchamarrado y con sus vistosos lentes de sol, así llueve o truene.
No conocía a nadie, así que me acerque tímidamente y empecé a mirar los casetes. La bendita palabra “caleta” estaba en boca de todos los metaleros, o mejor dicho de los mutantes, como los llamaban por esos lares. “Me ha llegado algo caletaza de Brasil” o “esta banda nadie la tiene”, eran frases comunes en las hordas colmeneras. Algunos te hacían escuchar en su walkman, otros tenían su equipo doble casetera. La mayoría de grabaciones eran hechas a bajo volumen porque no querían que los ‘re piratearan’.
En ese entonces, la piratería estaba justificada porque comprar casetes o vinilos originales era muy caro, casi un lujo. Muy poca gente tenía el poder adquisitivo para adquirirlos en tiendas como Mega Discos de Miraflores.
Las portadas eran fotocopiadas, inclusive algunos las pintaban con plumón. Me acuerdo haber comprado el Sentence of death de Destruction y un variado que traía a los canadienses de Sacrifice, los alemanes de Bloodfeast, a los norteamericanos de Bloodcum y un grupo más que se me escapa de la memoria.
Y también estaba la fiebre del death metal brasileño con Sarcófago y Sepultura a la cabeza. Como olvidar el compilado de la Cogumelo, Warfare Noise I, con Sarcófago, Mutilator, Chakal y Holocausto. Las bandas peruanas no escapaban a su influencia y un digno representante era MORTUORIO.
El cuarteto estaba integrado por los hermanos Franky y Juan Palomino (guitarra y batería) y los hermanos Marín y Mario Suyon (voz y bajo). Tenían el típico sonido urbano de la época: crudo, primitivo, brutal, rápido y ‘tarolero’.
Por ese entonces sacaron su primer demo ensayo ‘Cámara de Torturas’ con cinco temas: ‘Brutal Genocidio’, ‘Cámara de Torturas’, ‘El Lado Negro de la Religión’, ‘Harto’ y ‘Clemencia al Criminal’. Posteriormente, dejarían la banda los hermanos Suyon –Martín se fue a Spasm, Mario a Súcubo– e ingreso Joel Gómez (bajo) y Edgardo ‘Noise’ Umeres (voz), quien años después se convertiría en el vocalista de Hadez y grabó el primer CD de metal peruano, el Aquelarre.
Pasarían 16 años, para que en el 2005 lo reeditaran en CD bajo el sello de Austral Holocaust.
Hoy, después de casi 20 años vuelven al ruedo. El anuncio hecho por el Facebook me hizo tener un flashback brutal y recordar mis años de adolescencia. La nueva formación de Mortuorio es: Franky Palomino (Guitarra), Juan Palomino (Batería), Luis Maurtua (voz) y Víctor Eyzaguirre (bajo).
La cita es el sábado 19 de noviembre en el Salón Imperial y compartirán escenario con Recrucify -la nueva banda de Toñín ‘Destructor’-, Goat Semen, Metralla, Evil Spectrum y Depravity. Están avisados MUTANTES!!!
Al llegar a casa, me saqué en el acto el deprimente uniforme escolar, me puse unos jeans, un polo del Haunting the chapel de Slayer, me calcé unas zapatillas viejas y salí al asfalto.
Por esos días, Lima estaba golpeada por el nefasto gobierno de Alan García. Las calles eran grises, sucias, caóticas, llenas de ambulantes, terrorismo, coches bomba, de un ruido infernal...
Caminé hasta la avenida Arequipa y tomé un micro hasta el Centro de Lima. Me bajé en la avenida Wilson con La Colmena. Caminé un par de cuadras hasta encontrarme con la Universidad Villareal y la Iglesia Inmaculada, que casi nadie se había dado cuenta de su existencia porque sus escalinatas estaban abarrotadas de ambulantes, pelucones, vendedores de discos, de casetes, de parches y de polos.
En la esquina de Chancay con Colmena, estaba el kiosco de Galicio. Unos metros más allá aparecía la figura de Ron King retrocediendo un casete con un lapicero. Siempre bien enchamarrado y con sus vistosos lentes de sol, así llueve o truene.
No conocía a nadie, así que me acerque tímidamente y empecé a mirar los casetes. La bendita palabra “caleta” estaba en boca de todos los metaleros, o mejor dicho de los mutantes, como los llamaban por esos lares. “Me ha llegado algo caletaza de Brasil” o “esta banda nadie la tiene”, eran frases comunes en las hordas colmeneras. Algunos te hacían escuchar en su walkman, otros tenían su equipo doble casetera. La mayoría de grabaciones eran hechas a bajo volumen porque no querían que los ‘re piratearan’.
En ese entonces, la piratería estaba justificada porque comprar casetes o vinilos originales era muy caro, casi un lujo. Muy poca gente tenía el poder adquisitivo para adquirirlos en tiendas como Mega Discos de Miraflores.
Las portadas eran fotocopiadas, inclusive algunos las pintaban con plumón. Me acuerdo haber comprado el Sentence of death de Destruction y un variado que traía a los canadienses de Sacrifice, los alemanes de Bloodfeast, a los norteamericanos de Bloodcum y un grupo más que se me escapa de la memoria.
Y también estaba la fiebre del death metal brasileño con Sarcófago y Sepultura a la cabeza. Como olvidar el compilado de la Cogumelo, Warfare Noise I, con Sarcófago, Mutilator, Chakal y Holocausto. Las bandas peruanas no escapaban a su influencia y un digno representante era MORTUORIO.
El cuarteto estaba integrado por los hermanos Franky y Juan Palomino (guitarra y batería) y los hermanos Marín y Mario Suyon (voz y bajo). Tenían el típico sonido urbano de la época: crudo, primitivo, brutal, rápido y ‘tarolero’.
Por ese entonces sacaron su primer demo ensayo ‘Cámara de Torturas’ con cinco temas: ‘Brutal Genocidio’, ‘Cámara de Torturas’, ‘El Lado Negro de la Religión’, ‘Harto’ y ‘Clemencia al Criminal’. Posteriormente, dejarían la banda los hermanos Suyon –Martín se fue a Spasm, Mario a Súcubo– e ingreso Joel Gómez (bajo) y Edgardo ‘Noise’ Umeres (voz), quien años después se convertiría en el vocalista de Hadez y grabó el primer CD de metal peruano, el Aquelarre.
Pasarían 16 años, para que en el 2005 lo reeditaran en CD bajo el sello de Austral Holocaust.
Hoy, después de casi 20 años vuelven al ruedo. El anuncio hecho por el Facebook me hizo tener un flashback brutal y recordar mis años de adolescencia. La nueva formación de Mortuorio es: Franky Palomino (Guitarra), Juan Palomino (Batería), Luis Maurtua (voz) y Víctor Eyzaguirre (bajo).
La cita es el sábado 19 de noviembre en el Salón Imperial y compartirán escenario con Recrucify -la nueva banda de Toñín ‘Destructor’-, Goat Semen, Metralla, Evil Spectrum y Depravity. Están avisados MUTANTES!!!
ARRRRRRRRRRGGGGGGGGGGG!!!! bien!!!
ResponderEliminarGracias por el reconocimiento ... la narración me condujo en los oscuros ochenta...Old school metal Peruano...atte Juan Palomino
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